El golpe de calor se produce cuando el cuerpo no es capaz de regular su temperatura interna, que puede elevarse por encima de los 40°C en pocos minutos. Esta situación de emergencia médica afecta el sistema nervioso central y puede causar daños en órganos vitales como el corazón, los riñones o el cerebro.
Si no se trata a tiempo, un golpe de calor puede provocar complicaciones tan graves como daño cerebral irreversible, fallo multiorgánico, coma o incluso la muerte. “Aunque los perfiles más vulnerables suelen ser los mayores de 65 años, los niños pequeños, los pacientes de enfermedades crónicas y las personas con movilidad reducida, todos corremos el riesgo de sufrirlo en los días más calurosos del verano si no nos protegemos”, según alerta Verónica Saldaña, doctora y profesora del grado de Enfermería de la Universidad Europea.
“Por eso conviene reconocer sus siete síntomas más frecuentes: temperatura corporal superior a los 40ºC; piel caliente, enrojecida y seca; dolor de cabeza intenso; náuseas o vómitos; confusión, desorientación o comportamiento inusual; pulso acelerado y respiración agitada; y pérdida de conciencia o convulsiones”.
Ante la sospecha de un golpe de calor, la experta explica que “se debe actuar de inmediato llamando a emergencias y trasladando al afectado o afectada a un lugar fresco y ventilado hasta que lleguen los efectivos del 112, mientras se les aplican paños húmedos fríos o se le coloca hielo en axilas, cuello e ingles”.
La profesora Saldaña recuerda que durante una ola de calor, resultan imprescindibles las medidas de prevención y enumera cinco consejos básicos: “evitar exponerse al sol entre las 11:00 y las 17:00 horas; beber agua con frecuencia aunque no tengamos sed; usar ropa ligera y de colores claros y protegerse con gorro o sombrero; evitar el ejercicio físico intenso al aire libre en horas de calor extremo y permanecer en espacios frescos y, a ser posible, climatizados”.
La especialista también recomienda que los niños beban en verano entre 1 y 2 litros diarios de agua y otros líquidos dependiendo de la edad y el peso, y los adultos entre 2.5 y 3 litros diarios, teniendo en cuenta que los mayores deben respetar tal cantidad o incluso aumentarla por mucho que su sensación de sed se vea disminuida.