El 29 de marzo, Andrés Muratore inició su segunda gira por Europa en un concierto en acústico para La Libre de Barrio, en Leganés.
Llega como un temblor primaveral -que diría él- a La Libre de Barrio aun arrastrando cierto ‘jet lag’ del viaje, desde Nono (Córdoba, Argentina). Sin expectativas en lo que le espera y con la humildad del que se lanza a un camino nada fácil, en el que ha ido autogestionando sus propios proyectos. Cita a Horacio Burgos -su maestro- quien entre clases en las que dejaban de lado la guitarra y hablaban de la vida, confesaba la importancia de aquél que escucha: “no me importa la gente que haya delante mía, siempre voy a cantar para ella”.
Pide tocar sin luces y sin escenario; desecha los cables y los altavoces y coge una silla del público. Con esa cercanía y esa naturalidad, se sumerge en un concierto intimista en el que canta de cerca y habla de sus peces, metáfora continua en sus canciones. Esos peces que son infancia y son lugar, y esos peces que sobretodo son gente, y entre canción y canción recita de memoria el prólogo de su disco-libro dejando a los espectadores asombrados con la precisión y la carga de sus palabras: “suspiro por tantos peces, no porque se vayan, sino porque se desmerecen”.
Consecuente con su música y con lo que le rodea, remarca la importancia de todo aquél que le ha ayudado en el camino: la red de cantautores que ha ido creando, que hace posible generar el encuentro, y la familia, “cantar para ir llegando, cantar para irse yendo, cantando yo me hago familia en cada pueblo”. Ese intercambio, esa integración con la gente y la visión del mundo desde la naturaleza, es lo que plasma en sus canciones. Crea un disco ecléctico en el que aúna los sonidos tradicionales del folklore argentino con los lenguajes de la música del mundo.
Su voz, como pincel en el lienzo
Entre cuecas, canta como quien pinta un cuadro del valle de Traslasierra (Argentina) describiendo espinillos, atardeceres y verbenas. Muestra su conexión con la tierra y el viaje con chacareras como ‘La derrocadora de estrellas’, o evoca a su infancia con ‘De a unita’. Avanza próximos proyectos, pensando en realizar un disco recopilatorio sobre su familia, y toca las canciones de su padre y sus tíos, con referencias a la vida: “sentir que la vida vale el precio de una ilusión” o “la vida es una abeja libando un pétalo más”. Pero también trata la muerte desde una visión optimista: a su abuelo le dedica una huella (del folklore argentino) con una cita a Carlos Castañeda, “hay que tener la muerte a la izquierda y de referencia”.
Como buen argentino le es casi obligado-confiesa- cantar algún tango. ‘Precisamente’ es un tango “sufridor” en el que la suavidad y delicadeza de la interpretación se sobreponen al dolor de la inspiración de algo que, confiesa, ya no podría escribir: “Pasó como tormenta y es que acá quedaron tantos peces por salvar. Se fue tras un fatal beso final, fugaz como una sílaba de luna, que acaricia y no perdura, como un fallo, un disparo, una sentencia a última hora, quien avisa no traiciona.” Con esa voz dulce y limpia que le caracteriza y ese virtuosismo a la hora de tocar, casi es de agradecer algún rasgueo sucio que se le cuela mientras crece aumentando la potencia.
No deja de lado tampoco sus referentes y, para acabar, menciona a Rodrigo Carazo, con quien también ha colaborado en su creación, y cuya canción “Ríe río” recita como un mantra. Hay canciones en las que invita a cerrar los ojos, a dejarse llevar, porque sólo así –sin trampas pues regaña a quien se atreve a echar un vistazo rápido- se ve el color de la música.
Si, como dice, “no hay alegría más grande que los reencuentros”, esperamos volver a verle dentro de esta gira por España, Francia y Suiza, en la que volverá a Madrid el 11 de abril.