Juanjo Artero, sobre la profesión del actor: “La gente está muy equivocada”

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Conocido por sus papeles en series como 'Verano Azul', 'El comisario' o 'El barco', Artero ha interpretado al famoso detective de Agatha Christie, Hércules Poirot, en el Teatro José Monleón de Leganés

Juanjo Artero (Madrid, 1965) supo desde niño que su lugar estaba en los escenarios, algo que incluso sus profesores del colegio le confirmaban. Todos los españoles lo comprobamos por primera vez al verlo interpretar a Javi en Verano Azul, y hemos seguido confirmándolo a lo largo de los años al ver sus papeles en series como El Comisario o El Barco. Para Artero, la interpretación es un juego: “un juego serio, pero un juego”, que además permite “ensayar” la vida: ha sido padre y ha perdido a seres queridos a través de sus personajes antes de vivirlo en la realidad.

Recientemente ha pasado por el Teatro Monleón de Leganés con Asesinato en el Orient Express, una obra de Agatha Christie que no deja indiferente a ningún espectador. En conversación con Leganés Activo, Artero hace un recorrido por su carrera, demuestra su compromiso con el público, reivindica mejoras en la profesión y no deja de invitar a los jóvenes a acudir al teatro. 

Empezaste muy joven, con 14 años, en Verano azul y desde entonces no has dejado de actuar. ¿Siempre supiste que querías dedicarte a la interpretación?

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Juanjo Artero. Yo quería ser actor, es curioso, desde pequeño lo tenía bastante claro. Ese año, además, lo reafirmé. En el colegio había tenido experiencias de teatro y, en una de ellas, nos tocó presentar un trabajo sobre la Revolución Francesa, y decidimos hacer una obra de teatro. Los profesores ya me dijeron: “Tú has nacido para estar en escena”.

Ese mismo año me cogieron para Verano azul, que tuvo mucho éxito, claro, pero luego volví a mi vida normal. Con 17, 18, 19, 20 años seguí estudiando y me metí a estudiar Arte Dramático, que fue lo mejor que pude hacer. Empecé con 16, y esos estudios fueron los cimientos de lo que he llegado a ser después. Incluso pasé por el circo, que también fue una experiencia muy bonita y enriquecedora.

A partir de ahí fui haciendo cosas poco a poco. Creo que es una suerte tener una vocación tan grande, también puede ser frustrante si no lo consigues, pero una suerte poder haber hecho lo que me gusta, por lo menos hasta ahora… porque lo bonito de esta profesión es que el futuro siempre es incierto.

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Has interpretado personajes muy diferentes: policías, capitanes de barco, comisarios, padres… ¿Qué papeles son los que más disfrutas actualmente?

J.A. Pues la verdad es que disfruto todo, ¿sabes? Por ejemplo, ahora hacer de Poirot lo estoy disfrutando muchísimo. Es un personaje muy distinto a mí: en la forma de andar, de apoyarse, de colocarse… tiene una “columna vertebral” muy particular; es mucho más inteligente que yo, y eso me obliga a transformarme. Y es muy divertido. Llega un momento en el trabajo en el que el personaje te atrapa y empiezas a jugar, y ahí es cuando yo mejor me lo paso.

Juanjo Artero
Juanjo Artero interpreta Agamenón en Mérida

Me encanta la comedia; me encanta estar en Mérida haciendo Agamenón, o irme a Roma, como he hecho este verano. No te sabría decir qué me gusta más porque me gusta todo: la comedia, la tragedia, el clásico, Lope, Shakespeare, Oscar Wilde… Para mí todo eso es maravilloso.

Y además, también me gusta lo que trae la edad. Ya que tenemos que envejecer, lo bonito es que con los años puedes hacer personajes distintos: de repente puedes recitar poesía o interpretar a un rey, y ya no tienes que esforzarte por interpretar a personajes jóvenes, porque no toca. Así que me gusta mucho esa evolución, poder cambiar y avanzar con la edad. Lo disfruto muchísimo. Y además, siempre digo que la otra opción —no envejecer— es peor, así que prefiero sentirme tan feliz con lo que hago.

Has interpretado personajes muy queridos y famosos, ¿coinciden los papeles que más le gustan al público con los que más has disfrutado interpretando?

J.A. Bueno, en muchos casos sí, yo creo que sí. Hay obras de teatro que han sido grandes éxitos y que recuerdo con muchísimo cariño, he hecho mucho clásico, pero también el verso ha sido muy importante… Es como el que tiene muchos hijos: son muchísimos pero les tengo cariño a todos.

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Y también hay personajes que la gente conoce menos pero que son maravillosos y que te han hecho crecer, o con los que has viajado con ellos. Con todos ellos he vivido un proceso muy bonito: Lucindo de La disputa enamorada, Charlie Márquez de El comisario, Lisardo de El acero de Madrid, Felisardo de Los melindres de Belisa…

¿Qué te aporta el teatro que no te aporta la televisión, y viceversa?

J.A. Son muy diferentes. El teatro a mí me encanta, pero también me gusta mucho la televisión y el cine. Al final, cuando el producto es bueno, es bueno, y hay productos muy buenos en todos los formatos… y otros que no lo son tanto. La televisión y el cine tienen algo estupendo: que luego puedes volver a verlo siempre que quieras, sentarte en el sillón de tu casa y disfrutar.

Pero el directo del teatro… eso es otra cosa. El contacto con el público es maravilloso. A mí hacer teatro me vuelve loco; puedo estar enfermo un día, pero salgo al escenario y se me olvida todo. Es hacer una misma función todos los días y sorprender,  es la magia del teatro. La gente la está escuchando por primera vez y tú, como actor, tienes que escucharla por primera vez también, dejar que todo fluya y que se olvide el mecanismo.

juanjo artero
Juanjo Artero en Asesinato en el Orient Express

Pero eso también pasa en televisión: aunque sepas lo que te va a contestar el otro actor, tienes que escucharlo de verdad, como si no supieras la respuesta, aunque te hayas leído el guion mil veces. Tienes que olvidarlo para poder jugar. Al final, esto es un juego. Un juego serio, pero un juego.

Después de tantos años de carrera, ¿qué es lo que más te sigue emocionando de actuar?

J.A. Bueno, pues lo que más me sigue emocionando es esa conexión: con la cámara o con el público. Ese momento de “cinco y acción”, o de salir al escenario, ese momento en el que todo cambia.

En televisión, esa conexión con la cámara, que la secuencia salga bien, esa comunión con el equipo de rodaje —porque siempre somos un equipo, igual que en el teatro— es algo que te anima mucho. Luego está la emoción de ver la serie, de ver cómo responde la audiencia, si ha gustado o no. Eso también tiene su punto, porque de ello dependen muchas cosas: tu sueldo, la vida de tu familia, el trabajo de todos tus compañeros… Es una especie de quiniela que tiene mucha emoción. Y cuando funciona —y yo no me puedo quejar— da muchísima alegría. Todo ese juego de la televisión es muy divertido.

Y el teatro también. Ahora, haciendo Asesinato en el Orient Express, siento el pulso del público: el que conoce la historia y el que no, el que sabe quién es el asesino y el que lo descubre allí. A todo el mundo le gusta y le sorprende. Y ver cómo el tren va cambiando, cómo cambiamos nosotros: del exterior al andén, luego al pasillo, al restaurante, al compartimento donde ocurre el asesinato… Es maravilloso sentir ese pulso del público y el apuro final. Eso es el mejor alimento del actor.

¿Cómo dirías que ha cambiado la profesión del actor desde que empezaste a hoy en día?

J.A. Todo ha cambiado. Yo tuve la suerte de conocer a una generación de actores maravillosos, que lo aprendieron todo trabajando. Antes se aprendía así, en la propia práctica, incluso en la escuela de Arte Dramático. Había actores muy, muy buenos.

Luego conocí también a gente algo mayor que yo, como José Pedro Carrión o Carlos Hipólito. Y yo iba al teatro a ver las obras de José Carlos Plaza, de Miguel Narros… Era otra generación que trajo otro respirar, otra manera de hacerlo. He tenido la suerte de conocer a todos ellos y de estar un poco en esa generación intermedia, donde para ser actor sí que he estudiado y me he preparado. Está claro que nuestro instrumento somos nosotros mismos. Tenemos que estar afinados: con la edad que tengamos, con el personaje que hagamos. Es importante cuidar la mente y el cuerpo, porque son nuestras herramientas.

Y también creo que la esencia del actor es vivir. La vida te da experiencia, y esa experiencia te sirve luego delante de la cámara. Si sabes vivir —con lo bueno y con lo malo— eso se nota cuando actúas. He sido padre antes como personaje que como persona, he perdido a gente querida antes en ficción que en la vida… es como que lo tienes ensayado para la vida. Y bueno ya me he muerto alguna vez,  algún día me tocará también en la vida, pero ya lo habré hecho antes. 

Se suele decir que las nuevas generaciones consumen más pantalla que teatro. ¿Sueles ver a gente joven entre el público cuando actúas?

J.A. Yo creo que, en general, el público del teatro es más mayor, y eso es un poco preocupante. Hay gente joven, sí, pero menos. A veces pienso: dentro de veinte años, ¿qué pasará? Parece que la gente empieza a ir al teatro cuando se hace mayor. Y a mí ya no me preocupa tanto por mí, porque tengo una edad; me preocupa por mis hijos y por los compañeros jóvenes que quieren dedicarse a esto.

Juanjo Artero en El Barco
Juanjo Artero en El Barco

Pero también es verdad que cuando un joven va al teatro por primera vez, normalmente le encanta. Me ha pasado con amigos que llevan a sus hijos, chicos que solo habían ido al teatro infantil o que no habían ido nunca: salen fascinados.  

Yo confío en que esto mejorará. Hay épocas mejores y peores, y creo que ahora estamos en un momento complicado. Desde la pandemia el sector no se ha recuperado del todo. 

De hecho, en varias ocasiones has mencionado que la precariedad está ligada a esta profesión. 

J.A. Es cierto, pero nosotros elegimos esta profesión. No quiero dar pena; pero la gente está muy equivocada. Es una profesión muy entregada: si tú caes enfermo, no solo dejas de cobrar tú; puedes dejar a once actores sin función, a cuatro técnicos, y a una productora que ha invertido un dinero. Es una responsabilidad muy grande. 

Pero bueno, yo elegí esta forma de vida y la asumo. Es verdad que los presupuestos cayeron mucho con la crisis y con la pandemia, y en muchos sitios no se han recuperado.

Y luego está el Estatuto del Actor, que se está mejorando, pero está costando sacarlo adelante. Hay que presionar un poco, porque España tiene que ponerse al nivel. No puede ser que tengamos las mismas obligaciones que un actor inglés y luego prestaciones que no tienen nada que ver. Es distinto en otros países de la Unión Europea, y aquí tenemos que avanzar.

Has estado en Leganés con ‘Asesinato en el Orient Express’. ¿Qué te pareció que pensaran en ti para este papel?

J.A. La verdad es que ahora sí que me veo como Poirot, pero al principio no me veía nada. Cuando me llamaron pensé: “No sé si me veo”. Pero acepté y lo hicimos. Y sí, me hizo ilusión. Conocía la obra: había visto la película dos veces, la moderna y la antigua, y me apetecía mucho. Era un reto. Yo pensaba: “A ver cómo lo hago…”.

Antes de empezar a ensayar –como funciona todo ahora– tuvimos que hacer las fotos de promoción. Las funciones empiezan a venderse con meses de antelación, así que las fotos se hacen antes de ensayar siquiera. Y ahí, al hacerme las fotos, me miré al espejo y algo me atrapó. 

Para interpretar a un personaje no se trata de imitar a nadie. Aprovechas todo lo que sabes de él para mirar desde tu punto de vista, porque lo tienes que interpretar y meterlo dentro de ti. Hay que sacarlo de dentro, no hay que imitar nada, sino ver como se mueve, cómo se apoya, cómo come… Yo vi que Poirot no se mueve ni se apoya como yo, es más preciso, más meticuloso, más… redondo, orgánicamente más redondo. Hay algo que se apodera de ti, que no es como un exorcismo ni nada raro, sino que viene de la inspiración, de trabajar y de estudiarlo: cómo pisa, qué energía tiene, incluso pensar qué animal sería. Es dejar que el personaje te lleve, que te coja, sin volverte loco, porque el control siempre lo tienes tú. Pero dejarte sorprender es maravilloso. 

¿Qué tiene de especial esta obra? ¿A quién la recomendarías?

J.A. Pues yo creo que esta obra es para todos los públicos. A partir de 12, 13 o 14 años, cualquiera puede disfrutarla. Tiene algo muy especial: nunca se había representado en España –en Estados Unidos sí–; no se había hecho por la dificultad del tren, porque es un espacio muy delimitado. Creo que eso ha hecho que sea la obra de Agatha Christie que menos se ha representado. Y es que el tren es casi un personaje más y hace crecer la obra. Se mueve, ves las cargas, lo ves por fuera con el humo, luego aparece el pasillo, luego el comedor… Y con los vestuarios de la época, el ambiente… Es un viaje maravilloso.

Y claro, contamos con Agatha Christie, que no pasa de moda. Y nuestra obra… pues es un gusto. Ahora mismo no es fácil llenar teatros y nosotros llenamos prácticamente en todas partes. 

La función es muy redonda, muy bonita, y el final es muy sorprendente. Creo que el final está muy bien dirigido y muy bien resuelto. Para que una obra sea buena tiene que tener un buen final, y este queda ahí arriba y sorprende a todo el mundo. No solo por lo que está escrito, que también, sino por cómo lo ha planteado el director.

Me gustaría que el público se llevase todo eso que te he contado: que sienta la vibra, que viva el viaje, que aplauda al final y que se haya pasado una hora y pico divirtiéndose. Que pueda meterse en 1935, viajar con nosotros, sentir el frío de la nevada, la muerte, la duda… Aunque algunos ya sepan quién es el asesino, aún así lo disfrutan; y luego hay gente que viene una segunda vez diciendo: “Ahora quiero verla sabiendo quién es”. Y la disfrutan de otra manera.

*Queda terminantemente prohibido el uso o distribución sin previo consentimiento del texto o las imágenes propias de este artículo.

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