El Jueves Santo en Leganés amaneció con una calma solemne, como si la ciudad se preparara espiritualmente para el que muchos consideran uno de los días más intensos y sobrecogedores de la Semana Santa. A medida que caía la tarde, el cielo se iba tornando negro pero el tiempo dio una tregua. El murmullo fue dando paso al silencio y las calles del centro comenzaban a perfilarse con los primeros penitentes.
Poco antes de las ocho de la tarde, las puertas de la parroquia de El Salvador se abrieron con solemnidad para dar paso al cortejo, encabezado por el guion y el estandarte bordado con los símbolos de la hermandad. Los nazarenos, envueltos en sus túnicas moradas y capirotes alzados, formaban un disciplinado tercio de penitentes, avanzando lentamente, portando cirios que iluminaban tenuemente el adoquinado de la Plaza de España. El aroma del incienso, suspendido en el aire, creaba una atmósfera mística, que envolvía a los asistentes en un clima de recogimiento y oración.
Tras ellos, los imponentes pasos de Jesús Nazareno, Cristo de la Pasión y Virgen de la Soledad. Uno a uno se alzaron majestuosamente con una levantá firme y acompasada. Los costaleros respondían a las órdenes del capataz, que con su llamador marcaba el ritmo de la marcha. Las marchas procesionales, interpretadas por la banda local, se entrelazaban con el sonido de gaitas, en perfecta armonía con el andar de los costaleros en cada chicotá característico de la Semana Santa.
Las esquinas eran verdaderas pruebas de maestría. En cada revirá, el público contenía el aliento, consciente del esfuerzo que suponía girar el paso con precisión milimétrica. La imagen del Jesús Nazareno, con la mirada serena y las potencias sobre su cabeza, parecía bendecir a los presentes con cada movimiento.
Detrás, la imagen del Cristo de la Pasión primero y el palio de Virgen de la Soledad avanzaban lentamente, mecidos por los varales de su trono, decorados con una exquisita combinación de claveles blancos y rosas. La Virgen, con ráfaga de plata y semblante dolorido, era precedida por mujeres vestidas con mantilla y luto riguroso, símbolos vivos del dolor de María que se recuerda en estos días de Semana Santa.
Así, entre el silencio, el incienso y la fe, Leganés volvió a vivir una noche inolvidable de Jueves Santo, reafirmando que, aunque alejada de las grandes ciudades de tradición, aquí también se siente la Semana Santa con el corazón.