El Teatro Rigoberta Menchú acogió el pasado sábado ‘El buen hijo’ de Pilar Almansa, con la dirección de Cecilia Geijo y las interpretaciones de Rosa Merás y Josu Eguskiza.
Se nos presenta un duro drama con un argumento muy elaborado y documentado: Fernanda (Rosa Merés), la nueva psicóloga del Centro Penitenciario Paraleda I, trata de llevar a cabo la reinserción de Tirso González “El Cachorro” (Josu Eguskiza), condenado por un crimen de violación. El protagonista se presenta como un hombre con cierta gracia y que puede caer bien, con alto nivel de estudios y que se niega profundamente a reconocer su culpa, mostrándose “algo de acuerdo” en todas las premisas machistas que culpabilizan a las víctimas.
A medida que avanza la trama vamos viendo cómo Fernanda desmonta todos sus argumentos apelando al delicado estado en el que se encuentra la madre de Tirso, consiguiendo que se enfrente con la realidad. Mientras ella, lidia con la situación desde dos puntos de vista: como psicóloga y como víctima por una agresión previa en prisión, con lo que es continuamente juzgada por su entorno.
Continuamente se trata de desmontar la idea preconcebida del violador. Fernanda se enfrenta de esta manera: “son hombres normales, con vidas normales, hombres como tú. Algunos deciden solucionarlo y piden ayuda”. Mientras, ella misma ha de lidiar con todo un entorno que no entiende por qué emprendió un programa de reinserción después de abandonar el anterior centro penitenciario: “me fui por gente como usted, pero es que gente como usted la hay en demasiados sitios”.
Muchas salas y un mismo escenario
Se va alternando la trama en una escenografía que alude a una sala de prisión: grandes paneles metálicos y sillas alargadas que hacen las veces de bancos, con un manejo de la iluminación que nos marca en todo momento el lugar y la introspección de los personajes. De la sala de prisión, con luces blancas frontales, la escena pasa a momentos de reclusión con luces exclusivamente cenitales que caen con gran peso en los personajes; de un bar con una iluminación de colores creando ambiente, a situaciones en las que lidian con sus demonios en una atmósfera envolvente de color verde en la que a menudo rompen la cuarta pared.
Ambos actores alternan personajes. Josu Eguskiza se desdobla en todos los personajes masculinos -pudiendo parecer más creíble en algunas ocasiones que en otras al forzar acentos- representando los mismos estereotipos que se repiten con los mismos prejuicios. Rosa Merás es psicóloga y es a su vez su madre. Muestran ambos su versatilidad y se rompen y se recomponen en un segundo para dar paso continuamente a la siguiente escena.
Tan importante como esta representación es el encuentro que le sigue, en el que los actores, acompañados de la directora, profundizan en la obra y resuelven todas las dudas que pueda tener el público. Es una obra que se enmarca dentro del festival Territorio Violeta, por la igualdad, que se centra en cuestionar la sociedad con una forma de representación con crítica y denuncia social. Como una amalgama de historias reales, no es casualidad que al personaje protagonista le asignaran el mote de “El Cachorro”, pues el guion surgió a raíz del juicio de “la manada”. Con esta obra tratan, no solo de desmontar todos los estereotipos en referencia, sino de elaborar didácticas -por parte de un profesional, insiste Josu Eguskiza- para que pueda llegar a centros y colaborar en la educación sobre violencia de género: “no basta con hacer una campaña escolar, los profesores tienen que preparar los ojos de los niños para considerar qué es lo que han visto”.