El discurso del Rey llega al Teatro José Monleón de Leganés con las entradas casi agotadas. La historia del tartamudo rey inglés y su logopeda que ya conquistó nuestros corazones gracias al cine, lo hace ahora en el teatro de la mano de Adrián Lastra (Velvet) y Roberto Álvarez, a quien preguntamos por el éxito de esta obra.
Con casi ocho meses en cartel, la obra sigue llenando teatros, ¿a qué crees que se debe?
Roberto Álvarez: En el teatro hay varios factores: que sea una buena propuesta y que funcione el boca a boca, es decir, que la gente luego hable bien del espectáculo. En la Comunidad de Madrid llenamos casi siempre porque el boca a boca funciona fenomenal, y fuera, tenemos en torno al 80% o 70% de aforo.
Tu personaje es Lionel Logue, el tereapeuta del Rey Jorge VI, ¿qué destacarías de él?
R.A: Su sagacidad, sin duda alguna, su inteligencia emocional elevada a máxima potencia… Logue existió también en la vida real y se le puede ver en el palco real en la coronación del Rey Jorge VI de Inglaterra. Era un verso suelto en su profesión, un logopeda creado a sí mismo en la guerra. Siempre quiso ser actor y enfrentaba los problemas del habla a través de ejercicios mecánicos y psicología para desbloquear los traumas y conflictos interiores que una persona que tartamudea se le supone pues nadie nace tartamudeando, que es algo que también se cuenta en la obra. Tiene un trato finísimo entre provocador y amigable.
Esta obra ya tiene su versión en los cines (El discurso del Rey, 2010), ¿se basa en ella?
R.A: Bueno, el texto ya existía mucho antes que la película por lo que no es que esté basada en ella, en el sentido de que el autor propuso a la Reina Madre [Isabel I de Inglaterra], que está presente en la obra en el papel de Ana Vila, hacer la obra de teatro sobre esta historia, y ella dijo que no hasta que no se muriera. Cuando falleció en 2002 se escribió el texto y lo primero que se hizo fue la película que está un poco reducida y la obra tiene algún añadido más, sobre todo en lo que respecta al entorno histórico: la II Guerra Mundial o Winston Churchill están más presentes.
¿Qué diferencias hay?
R.A: La diferencia está en que, al ser teatro, se viven sensaciones diferentes según quién interprete y quién dirija la obra. Además la película tiene un humor inglés muy marcado y aquí somos más latinos, mi personaje [Lionel Logue] es más dicharachero. Magüi Mir ha hecho un trabajo maravilloso y ha propiciado que cambiemos de lugar y localización sin tener que salir de escena.
Toda esta conjugación de factores, el que sea teatro y tenga una diferente dirección, nos lleva a encontrarnos con cosas y sensaciones diferentes. El teatro no es otra cosa que compartir emociones entre el público y los que estamos sobre el escenario.
Para poder cambiar de localización sin salir de escena, en la obra se juega con el baile…
R.A: En algunas ocasiones y siempre de forma justificada. Por ejemplo, el terapeuta Logue crea coreografías como método para que Bernie no se enfoque en el problema del habla, o los reyes en un momento de intimidad… Esto le da color y volumen a la obra, ha sido un gran descubrimiento.
¿Cómo ha sido bailar en escena?
R.A: Pues yo he nacido en la danza. Comencé mi carrera en el Teatro de la Danza de Madrid, de Antonio Llopis y Luis Olmos, que inventaron un lenguaje que consistía en bailar la palabra, igual que en un musical, estás hablando y de repente cantas, o estás cantando y de repente bailas, tuvo mucho éxito. Bailé mucho cuando era joven y no me ha resultado difícil y tengo muchas ganas de cantar en un escenario pero es algo que no se ha producido todavía en mi vida. No obstante, en esta obra de teatro soy el que menos bailo de todos [ríe]. Me ha tocado un papel precioso pero soy el que menos bailo de todos.
La obra se centra en la evolución de esta amistad y el trabajo de Logue con Jorge IV [Adrián Lastra], ¿cómo es trabajar con él?
R.A: Espectacular. Viene del mundo del musical y por tanto está muy bregado en el escenario, porque en un musical puedes hacer mil funciones y te da experiencia. Además, el tiene mucho arrojo, por tanto afronta todo con mucha solvencia y a partir de ahí aflora su talento. Es muy fácil y muy cómodo trabajar con ello. Somos todos muy amigos, quizá por la gran experiencia que tenemos y, bueno, encontrarnos cada día con el teatro lleno y seguir teniendo éxito te hace salir animado [ríe].
Hablando de experiencia: revisando tu curriculum vemos que llevas más de 17 años en la brecha, ¿cuál es el secreto para mantenerte tanto tiempo trabajando sin cansarte?
R.A.: Claro, sin cansarte porque quieres ser actor, aunque yo nunca quise, que es lo más gracioso [ríe]. Me vino de sorpresa. Yo estaba en el Teatro de la Danza y poco a poco empezaron a darme papeles y no he tenido tiempo de parar. De hecho, me pasé diez años queriendo dejarlo porque pensaba que no iba a poder vivir de ello, pero aún sigo, gracias a Dios. Esta es una profesión tremendamente inestable en la que la mayoría que quiere trabajar no puede, y si estás trabajando tienes que bendecirlo. Se trata fundamentalmente de suerte y detalles: a las mujeres a cierta edad les cuesta más porque no hacen papeles para ellas y otros al llegar a esta edad lo dejan porque no les ha ido muy bien. Entre resistencia, suerte, saber moverte… y alguna cualidad debo de tener para que me sigan escogiendo…
El talento también influye…
R.A.: Sí pero hay mucha gente muy buena que no trabaja nada, entonces… El físico también influye, por ejemplo. Son detalles. A mi me dicen, que soy muy versátil: puedo hacer de camionero en Manolito Gafotas, pusilánme en La vida sin límites, o galán en Ana y los 7, por ejemplo. Esto también cuenta, no estar encasillado físicamente en un papel determinado. Es suerte.
Yo recuerdo mi primera prueba en cine –que yo pensé que nunca jamás iba a hacer cine porque tenía ya 40 años y he hecho 32 películas después-. Me acuerdo que me dieron un folio para hacer la prueba y yo no sabía ni para qué película era y mucho menos el personaje. No les importaba cómo lo hiciera, lo que querían era conocerme y ya estaba decidido que lo iba a hacer yo porque me habían visto en el teatro. Después, no volví a hacer pruebas, sólo me llamaban por teléfono.
En los últimos meses has estado compaginando la obra con la grabación de la serie ‘Carlos, rey Emperador’, ¿cómo es trabajar todo el tiempo fuera de tu época?
R.A.: ¡Y aguantar a tantos reyes a la vez! [ríe] Fue muy divertido y muy extenuante, quien diga lo contrario, que diga lo que quiera pero es muy agotador. Yo estaba grabando la serie en Madrid a la vez que hacíamos la obra en Barcelona. Me levantaba a las 5 de la mañana para coger el AVE de las 6 e ir a Madrid a grabar por la mañana hasta las 4 en punto que tenía que estar de vuelta en el AVE para Barcelona a hacer una ¡o dos representaciones de El discurso del Rey! Luego me iba a la cama a las 11 de la noche y hasta el día siguiente. Fue algo muy duro pero muy grande.
Adrián Lastra lo dice muy bien, y otros como Gorka Otxoa, nos llamamos hard workers, trabajadores duros, y nada, vamos durmiendo en el tren y sin problemas porque hay etapas de descanso también. Cuando te va bien, que le va al 0.000001% de las personas, hay que aprovechar estos momentos.
Y para acabar, ¿qué proyectos tienes a la vista?
R.A: Ahora estoy solamente con El discurso del rey pero hay proyectos a la vista que aún no se pueden desvelar… Tengo un buen año por delante.
Esperamos que así sea. Mientras tanto, Roberto Álvarez visita Leganés con El discurso del rey, una obra que coprotagoniza junto a Adrián Lastra y Ana Vila. Este sábado 6 a las 20 horas en el Teatro José Monleón (CC José Saramago).
