«Una segunda oleada supondría que abandonase la sanidad»: ¿Quién cuida a quien nos cuida?

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Las enfermeras madrileñas no están preparadas para una segunda oleada de coronavirus. Su desgaste mental es más fuerte que el físico.

Estrés, ansiedad, culpabilidad e impotencia son las cuatro características protagonistas que, a día de hoy, todavía atormentan a nuestros sanitarios. El reto que asumieron todos ellos al estar a pie de cama cada día con sus pacientes y ver que, desgraciadamente, muchos no avanzaban, generó angustia. Mucha angustia. Se han creado secuelas psicológicas en las personas que un día fueron llamadas héroes, pero que no dejan de ser solo eso, personas. Seres humanos vulnerables a cualquier situación y, como tales, hay que hacerse cargo de ellos también. ¿Qué será de su salud mental en esta, ya confirmada, segunda oleada?

A finales de marzo, ni Leganés ni la Comunidad de Madrid podían más. Se alcanzaron las cifras más altas de fallecidos en España durante la pandemia del COVID-19 o, más coloquialmente conocido, coronavirus.

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En estas mismas fechas, la ciudad contó con ayuda por parte de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), quien montó, en colaboración con el Ayuntamiento, una unidad de apoyo en el Pabellón Carlos Sastre. Centro que pasó de ser un área deportiva a un pequeño «IFEMA 2.0». Contó con 120 camas listas para atender pacientes. El personal sanitario fue proporcionado por el Hospital Severo Ochoa.

Acostumbrados a trabajar en el extranjero, MSF logró adaptar sus medios y conocimientos para echar una mano en casa. Una de las coordinadoras del pabellón y portavoz de la asociación, Muskilda Zancada, nos explica cómo fue aquella situación en España: «El sistema de salud español tiene poca experiencia a la hora de enfrentarse a grandes epidemias de enfermedades infecciosas como es la COVID-19. Además, la inversión en vigilancia epidemiológica y en salud pública ha sido bastante escasa en los últimos años«.

Pista del Pabellón Carlos Sastre convertida en hospital de campaña | Foto: Ayuntamiento de Leganés

Según la portavoz del Colegio de Enfermería de Madrid, Mar Rocha, este sector ha realizado «un gran sobreesfuerzo». «Una nueva oleada en estos momentos genera gran ansiedad entre las enfermeras madrileñas que ven cómo se están produciendo rebrotes cuando en muchos casos aún no han podido disfrutar o están disfrutando ahora mismo de sus merecido periodo de descanso», alega.

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Para conocer desde dentro cómo se ha sentido durante este tiempo el sector de la enfermería, Leganés Activo ha contactado una auxiliar y varias enfermeras. Por petición, respeto y razones de privacidad, me referiré a ellas con seudónimos.

Testimonios

  • Gloria: «Aún tengo un estado de ansiedad y de estrés que no se me ha quitado. Me he planteado ir a un psicólogo porque emocionalmente no mejoro», explica. Gloria trabajó durante los mayores meses de crisis en el Pabellón Carlos Sastre y en la UCI del Severo Ochoa de Leganés.
  • Leire, enfermera en la Unidad de Críticos del Gregorio Marañón: «Me invadía una gran incertidumbre en cada turno, por pensar si ese día me contagiaría, si mi paciente seguiría estando, si sería capaz de superar un día más, pensando que era, un día menos».
  • Claudia, enfermera de UCI en el H. G. Marañón: «No dábamos a basto para tantos ingresos, ya que estos pacientes llegaban a nuestra unidad directamente para intubar y con la urgencia de que no podías perder ni un segundo en hacerlo ya que se estaban ahogando y necesitaban un respirador de inmediato para no morir».
  • Diana, enfermera de UCI Coronaria en el H. G. Marañón: «La sensación de abandono por parte de la administración, la sobrecarga de cansancio, la falta de sueño, la cantidad de pacientes fallecidos, los familiares pasando a despedirse y no poder dejarles tocar apenas a su padre o madre… Fue un puñetazo tras otro».
  • Claudia: «A esto, súmale el infierno de los EPIs, nadie nos explicó cómo teníamos que ponérnoslo. Las gafas y las pantallas de protección se empañaban, no veías absolutamente nada, y cuando digo nada es nada, solo una nube gris que difuminaba todo lo que tenías delante, trabajabas a ciegas, palpando e intuyendo donde estaban las cosas».
  • Inma, enfermera de la Fundación Instituto San José, situada en el barrio de La Fortuna: «Creo que a todos los profesionales nos ha dejado alguna secuela. Personalmente me da miedo y terror pensar la cantidad de vidas que se ha llevado por delante y vivir esos momentos de sobrecarga y estrés de no poder llegar a hacer todo».

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  • Claudia: «Emocionalmente estamos devastados. Estuvimos practicando medicina militar en un campo de guerra, los que tenían más probabilidad de sobrevivir llegaban a mí, los que no, morían en los suelos de las urgencias, ahogándose sin derecho a una cama o incluso a un mísero sillón».
  • Leire: «No sabría con certeza si considerarlo estrés postraumático, pero sin duda alguna la sensación es lo más parecido».
  • Claudia: «Tengo 23 años y ya he visto mucha más muerte de la que cualquier persona sería capaz de soportar, y gestionar eso es complicado».
  • Gloria: «Una segunda oleada supondría que abandonase la sanidad».
  • Diana: «No quiero volver a tener que despedir a pacientes, ni hacer llamadas a familias que llevan días sin poder ver a su familiar ingresado… Quizás es lo que peor llevo. La falta de contacto. El no poder dar un abrazo cuando alguien llora a un ser querido… eso me martillea constantemente».
  • Claudia: «No puedo hablar del tema sin que se me llenen los ojos de lágrimas al recordar todo lo pasado, si veo un EPI me entra ansiedad, se me crea un nudo en el estómago y me tiemblan las manos». «Es ahora cuando me planteo cogerme la baja para darle un respiro a mi mente».

¿Cómo se pueden afrontar estas secuelas?

Según la psicóloga sanitaria Silvia Sánchez, los sanitarios «han podido o podrán desarrollar lo que es conocido en psicología como un Trastorno de Estrés Postraumático. Este trastorno cursa con diferentes síntomas como la reviviscencia (revivir la situación una y otra vez en forma por ejemplo de flashbacks), hipervigilancia y agitación motora, ansiedad, miedo, insomnio (pesadillas), estrés agudo, entre otros. Todos estos síntomas causan un grave nivel de sufrimiento en la persona y, por tanto, es necesario la ayuda psicológica en estos casos».

Para aliviar la ansiedad, Silvia nos comenta que «lo primero es aceptar y normalizar» nuestras sensaciones. Además, explica que nuestro cerebro tiene una «huella de memoria» la cual hace que, si hemos vivido una situación traumática y se repite de forma similar en el futuro, podemos volver a conectar inconscientemente con esas dolorosas sensaciones. Lo que explicaría la angustia que cuentan nuestras enfermeras a la hora de volver a ponerse un EPI o imaginarse en planta de nuevo con la situación de abril.

Esto deja claro, una vez más, que el equipo de enfermería madrileño no está mentalmente preparado para una segunda oleada de COVID-19, por lo que se debería insistir en los todos los hospitales sobre una medida eficaz de tratamiento psicológico gratuito para cada uno de ellos.

Por último, cabe destacar que los trabajadores sanitarios madrileños, son de los pocos que no han recibido ningún tipo de recompensa por parte de su Comunidad, tales como días libres o incentivo de sueldo. Ni el Estado ni la Comunidad pueden pretender que los sanitarios aguanten una vez más todo el estrés que en su día ya vivieron sin tomar medidas psicológicas de precaución al respecto. Deben estar más protegidos tanto física como mentalmente.

En conclusión:

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 ¿Quién cuida a quien nos cuida?

 

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Freddy leal
Freddy leal
3 años

Buen día. Una pregunta, que ha pasado con el proceso de homologacion de miles de sanitarios extranjeros que pueden dar un apoyo en este momento de crisis, por que no se tiene esa opción en cuenta?? O como siempre la burocracia lo impide a cuesta de la salud pública??

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