Frágiles, vulnerables, dependientes… todos nos sentimos así en el momento en el que fuimos conscientes de una cosa: un botón de OFF trastocaba nuestras vidas. Hace un siglo que tenemos electricidad. Llegó para facilitarnos la vida, y ahora la hace tan fácil que vivir sin ella se nos hace muy cuesta arriba. Tanto que es casi imposible.
28 de abril de 2025. 12:33 horas. Todo se apagó. Y todos despertamos. Abrimos las puertas de nuestras casas y miramos a los vecinos. Hablamos con ellos, supimos que no era solo de nuestro hogar, sino que también era el edificio, el barrio… y una persona que todavía tenía Internet nos daba la clave: es toda España.
¿Todos bien?
Es curioso como el simple hecho de no tener luz nos hizo preguntarnos si todos estaban bien. Si nuestros familiares y amigos estaban bien. «Antes de los teléfonos, no sabíamos nada de nadie y no nos preocupábamos. Ahora no nos contestan y pensamos que algo ha pasado», decía mi abuela. 85 años. Toda la razón.
También hubo quien no sabía volver a su casa sin Google Maps…
Yo cogí el teléfono y, mientras pude, llame y escribí. Mi compañera Amanda, salió. «Como no sabía nada de nadie, me fui andando a ver a mis abuelas y a mi hermana a su casa».
Siendo periodistas, vivimos el apagón de manera diferente. O eso creo. Mi primer instinto fue salir a la calle a recoger testimonios, a saber qué había pasado y cómo lo vivían los comercios, las farmacias, los transportes… Me puse las zapatillas y salí a la calle.
La vida se ralentiza… y menos mal
Recabar información sin poder comunicarla es, cuanto menos, inútil. Y así me sentí. Sólo podía hacer la mitad de mi trabajo. La más importante estaba apagada. Pero sí hubo algo que pudo disfrutar, o intentar hacerlo: frenar.
A la luz de las velas, al ritmo de la radio, al son de un buen libro…
La vida se frenó. No había prisas, no había citas, no había compromisos. Los balones volvieron a salir a las calles y las plazas cobraron de nuevo vida. Lo único malo de salir a la calle, encontrarte con vecinos, amigos, familia y charlar, era subir de nuevo las escaleras a la casa.
«Lo disfruté. Disfruté de un día sin el sonido del móvil», dice Amanda. Y es totalmente cierto. Sin las notificaciones, sin las agendas apretadas, sólo podíamos dar una vuelta. «Es el día de hacer planes sencillos en familia o en pareja», decía mi novio. Y es que por unas horas hubo silencio, hubo apagón, hubo familia. Los nuestros, volvieron a ser el centro de todo. Al menos por unas horas…